Hoy quiero compartirte un poco sobre mi trabajo, ¿de qué va mi investigación? Pues verás, estoy en el tercer año de mi doctorado en educación en la Universidad de York. Lo que comenzó como un estudio sobre las aspiraciones para aprender una lengua extranjera y el impacto de los factores socioeconómicos en dichas aspiraciones, se convirtió en una de las empresas más fascinantes de mi carrera. Lo que hay detrás de mi trabajo es el cuestionamiento crítico de los paradigmas que rigen a la educación superior, promover la discusión sobre el papel que juegan las universidades en la promoción de la justicia social. Mi investigación explora las barreras que enfrentan los estudiantes universitarios en su proyecto de completar la carrera en la que se inscribieron. El contexto de mi estudio es una licenciatura que históricamente ha reportado un alto índice de deserción, de aproximadamente 60%. "Seriously?, no school would get away with those numbers in the UK" (¿en serio?, ninguna escuela podría pasársela así como si nada con esas cifras en el Reino Unido), es una de las primeras reacciones que escucho entre los que han asistido a las presentaciones en las que he participado.
Yo misma viví la experiencia de salirme de esa licenciatura. Cursaba el quinto semestre cuando tomé la decisión de irme. Le comuniqué mi inquietud a uno de mis profesores, sus palabras fueron: "yo creí que sí la ibas a hacer". Sé que su intención no era hacer daño, sin embargo sus palabras fijaron en mí la idea de que yo no era suficientemente inteligente para pertenecer ahí. Han pasado 21 años desde que me transferí a una licenciatura diferente, y en esos 21 años he visto casos de chicos y chicas que han enfrentado barreras para continuar sus estudios. Con el paso de los años adopté esa idea de que "así es, porque no todos tienen lo que se requiere para graduarse de esa carrera" y confieso que dejé de cuestionar muchas prácticas institucionales que trastocan profundamente la vida del estudiante. Si bien ahora estoy convencida de que la universidad no es necesariamente para todos, creo que si de verdad se busca abrir las puertas para pasar de una condición elite a una condición de masificación de la educación superior, debemos considerar con seriedad lo que implica recibir a estudiantes no tradicionales en las aulas universitarias.
¿Qué quieres decir con eso de estudiantes tradicionales, Mariana? Pues bien, ese término depende mucho del contexto en donde se aplique. Aquí en Inglaterra se considera estudiante tradicional a aquellos que llega a la universidad a los 18 años, se dedican a estudiar de tiempo completo, no tienen responsabilidades de mantener o cuidar a terceros ni contribuir al gasto familiar, en su familia alguien ya ha ido a la universidad, así que cuentan con información sobre lo que se espera de la experiencia universitaria y cuentan con un rico
capital cultural. Son jóvenes privilegiados que pueden dedicar todo su tiempo a ser jóvenes estudiantes. Este es un caso ideal, pero dista de ser la realidad que viven la mayoría de los jóvenes universitarios. El estudiante mexicano en muchos casos viene directo de la preparatoria, sí, entra a la universidad a los 17 o 18 años, pero también los hay de veinte o más y aunque muchos llegan a la universidad siendo solteros y sin hijos, tienen el compromiso de contribuir a la economía familiar o de mantenerse a sí mismos, lo que implica una necesidad de trabajar. Cada vez son más los casos de chicos y chicas que son miembros de la
primera generación en su familia en ir a la universidad, se adentran a un mundo desconocido y cuando las instituciones no están preparadas para recibir a estudiantes que enfrentan esa invisible desventaja, pronto se cobra la factura, reflejada en dificultades de integración académica y social, rezago escolar e incluso la deserción.
En países como Inglaterra y Estados Unidos, los jóvenes tienen acceso a créditos con los que cubren la colegiatura y su manutención, con lo que pueden dedicar sus años de estudiantes a ser estudiantes, aunque dichos programas
tiene sus bemoles. No hablemos de casos como Dinamarca, en donde el estado cubre el costo de la educación universitaria y de los gastos de manutención, es decir,
les pagan para ir a la universidad. En México hay becas, sí, pero en muchas instituciones se asignan condicionadas a un alto rendimiento académico... ¿y cómo van a competir los estudiantes en desventaja que tienen que trabajar para cumplir con sus responsabilidades, que no cuentan con el mismo capital tanto económico, social como cultural, para cumplir con sus deberes escolares con resultados de excelencia? Los apoyos económicos para la educación pública son limitados, apenas ayudan a cubrir algunos gastos del día a día, eso aunado a los procesos de asignación que en ocasiones benefician a los que saben las reglas del juego de las becas y
no necesariamente a los que más las necesitan, produce una situación de injusticia social desgarradora que muchos estudiantes sufren silenciosamente en instituciones en donde "no se puede ayudar a todos" es la respuesta frecuente.
Las dificultades económicas representan el caso más conocido de barreras a la participación en la educación, pero mi estudio va más allá de los dineros. Además de lo económico, exploro aspectos relacionados con las prácticas institucionales, la transición de preparatoria a universidad, la influencia de los compañeros en el desempeño académico y el impacto de la interacción (o falta de) con los profesores. Observo con peculiar atención las diferencias entre estudiantes tradicionales y los no tradicionales, el factor de género va emergiendo junto con una fuerte tendencia a temas de salud mental y bienestar de los estudiantes (que en México poco se menciona y que es
de gran relevancia en el ámbito de la educación superior en Inglaterra, por mencionar un ejemplo). Por supuesto que en este tema de la experiencia de ser estudiante universitario está el papel que desempeña el personal docente y a ellos los incluí también en mi estudio, y aunque no voy a profundidad con sus percepciones, sí hago una exploración inicial de lo que ellos consideran que las instituciones pueden y deben hacer respecto a este fenómeno.
Esta es una probadita de lo que hago, a lo que le he dedicado mis días y noches en los últimos tres años. Estoy agradecida por el apoyo de todos los que contestaron mis encuestas y los que me compartieron sus experiencias, sus voces me han acompañado en interminables horas de análisis. Apenas comienza la parte más demandante, la etapa de análisis ya va tomando color. Cada vez que leo y releo sus testimonios me vuelven las emociones que despertaron en su momento las conversaciones: tristeza y felicidad, rabia y algarabía, las injusticias, las incongruencias, los aciertos, los apoyos fundamentales, de todo hay y confieso que es agotador pasar por ese sube y baja de emociones, pero me apasiona mi investigación, me parece necesaria, me siento agradecida por tener la oportunidad de dedicarme a explorar y traer a la luz un tema que por tantos años ha sido relegado. Confío en que mi esfuerzo se refleje en una mejora en la experiencia del estudiante, en las prácticas de los profesores y la institución, que la evidencia sirva para diseñar políticas educativas. Ojalá que mi trabajo encuentre tierra fértil, porque no soy ilusa, hablar de un cambio de paradigmas es hablar de un proceso que requiere de persistencia, esfuerzo, voluntad y de vocación por el bello proceso de enseñanza-aprendizaje.